No importa cuántas veces haya ocurrido ya: el crack del 29, las puntocom, la crisis japonesa… Las burbujas económicas se repiten cíclicamente y, aun así, parece que siempre nos cogen desprevenidos. Pero podemos protegernos, y quizá evitarlas, empleando nuestros recursos con sentido común.
No se trata de vivir con lo mínimo o de apretarse el cinturón cuando
toca purgar pecados. Ser frugal es una virtud que se cultiva toda la vida,
consumiendo siempre lo justo y racional. Se trata de satisfacer nuestras
necesidades, pero sin olvidarnos de los demás: nuestros hijos, nuestros
vecinos, la sociedad. Así lo explica el profesor del IESE Antonio Argandoña en
“Frugalidad”, un documento que repasa la teoría de la acción humana para
definir técnicamente el consumo virtuoso.
De la teoría a la práctica
La teoría de la acción humana es el marco teórico que define
los pasos que seguimos, consciente o inconscientemente, siempre que hacemos
algo. Imaginemos una pareja que camina por la calle, Juan y Ana. Juan tiene
sed, así que puede parar a beber algo (consumir) o continuar (ahorrar dinero y
tiempo). A su vez, ambas opciones abren un nuevo abanico de posibilidades: qué
bebida elegir, en qué establecimiento entrar, etc.
Éste es el punto de partida de toda acción: la necesidad, el
problema, la situación que consideramos insatisfactoria. De ahí se pasa al
deseo de cambiarla y a la deliberación. Así que nuestro amigo Juan considera
las alternativas posibles, calcula o analiza los efectos de cada una, establece
con qué criterios va a juzgar estos resultados y finalmente las evalúa.
Juan continuará su proceso con la cadena de
decisión-ejecución-resultados-evaluación (¿era todo como se esperaba?, ¿ha
habido sorpresas negativas?) y corrección, si procede. El análisis es más
profundo de lo que parece a simple vista. Lo que haga Juan no le concierne sólo
a él, también a los que lo rodean. Si, por ejemplo, decide tomar algo en una
terraza, Ana tendrá que detenerse con él y un camarero deberá atenderle. Así,
toda acción produce tres tipos de efectos:
Extrínsecos: la respuesta del entorno hacia el sujeto. En el
caso de Juan, el placer que le proporciona el refresco escogido. Si una persona
busca este tipo de efecto, se dice que actúa por motivación extrínseca.
Intrínsecos: los efectos interiores sobre el protagonista.
Por ejemplo, el beneficio o aprendizaje que supone probar una bebida nueva. La
motivación asociada es la intrínseca.
Externos: se dan en las personas que rodean al sujeto. Por
ejemplo, la posible satisfacción de Ana por descansar o la del camarero por
tener un cliente. En este caso, se habla de motivación trascendente.
Estos efectos pueden cambiar las preferencias de Juan y su
capacidad de llevar a cabo otras acciones en el futuro. Tomar algo ha calmado
su sed, pero si a Ana le ha molestado parar, es menos probable que lo repita en
el próximo paseo.
Tarde o temprano, Juan entenderá que sus acciones deben ser
consistentes. No se enfrenta a una sucesión de decisiones independientes, sino
a una continuo de dilemas con unidad y sentido. Así, toda acción debe ser evaluada
con tres criterios:
- Eficacia: la satisfacción de los efectos extrínsecos.
- Eficiencia: el beneficio que producen los efectos intrínsecos.
- Consistencia: el cambio generado por la acción en los otros sujetos implicados, que determina si será más fácil o difícil tomar de nuevo ésta u otras decisiones.
El consumo responsable
¿Cómo consumir? La respuesta a esta pregunta es muchas veces
evidente. Por ejemplo, sabemos que no podemos beber una cerveza cada vez que
tengamos sed por mucho que nos guste. Inconscientemente, nos guiamos por la
teoría de la acción humana: moderamos nuestro consumo para no dañar nuestra
salud.
Consumir responsablemente, incluso virtuosamente, no es más
que aplicar este modelo teórico a todas nuestras acciones. Una decisión es técnica
y éticamente correcta cuando es eficaz (calma la sed), eficiente (aporta
experiencias) y consistente (no perjudica la capacidad del sujeto, ni la de
otros, de tomar en el futuro más decisiones eficaces, eficientes y
consistentes).
Las virtudes (capacidad de autocontrol o autogobierno,
capacidad de querer sólo lo que nos conviene) son los mecanismos que permiten
superar las motivaciones espontáneas o no razonadas.
La frugalidad es, por tanto, satisfacer nuestras necesidades
al tiempo que dejamos espacio a otros objetivos. Por ejemplo, ahorrar hoy para
disponer de recursos en el futuro, disfrutar del consumo sano, dejar una
herencia. Una persona frugal toma decisiones pensando en la sostenibilidad de
su nivel de vida, la estabilidad de los suyos o en su capacidad de seguir
aprendiendo en el futuro. No se trata de consumir cada día menos, sino de
hacerlo cada día mejor. Antonio Argandoña añade, además, que una persona es
virtuosa cuando toma sus decisiones pensando en los demás, aunque éstos no se
lo reconozcan o se haya equivocado.
La frugalidad, como virtud, no es innata. Requiere esfuerzo
y siempre puede potenciarse. Es un ejercicio continuo, donde la repetición de
actos cambia paulatinamente la regla de decisión y la apreciación de las
alternativas. Aunque la persona frugal tiene las mismas necesidades que el
resto, sus deseos son diferentes: ve posible lo que los demás no ven. La lista
de argumentos e implicaciones es extensa, ya que la frugalidad no es sólo
consumo informado, sino un estilo de vida.
Editor:
IESE
Documento
original: The attractiveness of 66 countries for institutional real estate investments: A composite index approach
Año: 2010
Idioma: Inglés